3 CAPERUCITAS MUY DISTINTAS (CUENTO)
Quien no conoce el tan clásico cuento infantil de «Caperucita roja», estoy seguro que la gran mayoría. Sin embargo esta no es la única caperuza con historia fascinante que a trascendido a lo largo del tiempo; es sabido que la primera versión de los cuentos de los hermanos Grimm no tenia nada de aquella representación rosa que tuvieron que formular tiempo después para la aceptación en el canon literario de la época. Sucede que la versión primera de «Caperusita roja», como la gran mayoría de sus cuentos, fue inspirada en una de las tantas leyendas y narraciones orales de épocas pasadas del pueblo Alemán, es por ello que aquella primera versión es trágica y escabrosa, es decir, irreverente a la conocida posteriormente.
Gracias a este tan famoso cuento nacen posteriormente diversos cuentos sobre ella, creadas por escritores de renombre y otros noveles. De estos rescato dos cuentos como: «Caperusita Azul» la cual me gusta en dos de sus versiones completamente diferentes, una que aborda un concepto feminista y otra un concepto sobre la violencia social.
Sin más preámbulos a continuación estos tres geniales cuentos.
CAPERUCITA ROJA (PRIMERA VERSIÓN DE LOS HERMANOS GRIMM)
En tiempo del rey que rabió, vivía en una aldea una niña, la más linda de las aldeanas, tanto que loca de gozo estaba su madre y más aún su abuela, quien le había hecho una caperuza roja; y tan bien le estaba que por caperucita roja conocíanla todos. Un día su madre hizo tortas y le dijo:
-Irás á casa de la abuela a informarte de su salud, pues me han dicho que está enferma. Llévale una torta y este tarrito lleno de manteca.
Caperucita roja salió enseguida en dirección a la casa de su abuela, que vivía en otra aldea. Al pasar por un bosque encontró al compadre lobo que tuvo ganas de comérsela, pero a ello no se atrevió porque había algunos leñadores. Preguntola a dónde iba, y la pobre niña, que no sabía fuese peligroso detenerse para dar oídos al lobo, le dijo:
-Voy a ver a mi abuela y a llevarle esta torta con un tarrito de manteca que le envía mi madre.
-¿Vive muy lejos? -Preguntole el lobo.
-Sí, -contestole Caperucita roja- a la otra parte del molino que veis ahí; en la primera casa de la aldea.
-Pues entonces, añadió el lobo, yo también quiero visitarla. Iré a su casa por este camino y tú por aquel, a ver cual de los dos llega antes.
El lobo echó a correr tanto como pudo, tomando el camino más corto, y la niña fuese por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr detrás de las mariposas y en hacer ramilletes con las florecillas que hallaba a su paso.
Poco tardó el lobo en llegar a la casa de la abuela. Llamó: ¡pam! ¡pam!
-¿Quién va?
-Soy vuestra nieta, Caperucita roja -dijo el lobo imitando la voz de la niña. Os traigo una torta y un tarrito de manteca que mi madre os envía.
La buena de la abuela, que estaba en cama porque se sentía indispuesta, contestó gritando:
-Tira del cordel y se abrirá el cancel.
Así lo hizo el lobo y la puerta se abrió. Arrojose encima de la vieja y la devoró en un abrir y cerrar de ojos, pues hacía más de tres días que no había comido. Luego cerró la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuela, esperando a Caperucita roja, la que algún tiempo después llamó a la puerta: ¡pam! ¡pam!
-¿Quién va?
Caperucita roja, que oyó la ronca voz del lobo, tuvo miedo al principio, pero creyendo que su abuela estaba constipada, contestó:
-Soy yo, vuestra nieta, Caperucita roja, que os trae una torta y un tarrito de manteca que os envía mi madre.
El lobo gritó procurando endulzar la voz:
-Tira del cordel y se abrirá el cancel.
Caperucita roja tiró del cordel y la puerta se abrió. Al verla entrar, el lobo le dijo, ocultándose debajo de la manta:
-Deja la torta y el tarrito de manteca encima de la artesa y vente a acostar conmigo.
Caperucita roja lo hizo, se desnudó y se metió en la cama. Grande fue su sorpresa al aspecto de su abuela sin vestidos, y le dijo:
-Abuelita, tenéis los brazos muy largos.
-Así te abrazaré mejor, hija mía.
-Abuelita, tenéis las piernas muy largas.
-Así correré más, hija mía.
-Abuelita, tenéis las orejas muy grandes.
-Así te oiré mejor, hija mía.
-Abuelita, tenéis los ojos muy grandes.
-Así te veré mejor, hija mía.
Abuelita, tenéis los dientes muy grandes.
-Así comeré mejor, hija mía.
Y al decir estas palabras, el malvado lobo arrojose sobre Caperucita roja y se la comió
CAPERUCITA AZUL (ANTI-CUENTO FEMINISTA / AUTOR DESCONOCIDO)

Un día, su mamá le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela ¡pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención!, sino porque ello representa un acto generoso que contribuye a afianzar la sensación de comunidad.
Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta e independiente que era.
Así, Caperucita Azul cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Azul, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por un entorno tan obviamente freudiano.
De camino a casa de su abuela, Caperucita Azul se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.
-Un saludable tentempié para mi abuela, la cual -sin duda alguna- es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona madura e individual que es -respondió la niña.
-No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques. A lo que Caperucita respondió:
-Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial -en tu caso propia y globalmente válida- que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.
Caperucita Azul enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela.
Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.
Cuando Caperucita Azul entró en la cabaña, dijo:
– Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.
Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el lecho.
-¡OH! -repuso Caperucita- Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
-Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.
– Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!… relativamente hablando, claro está, y a su modo, indudablemente atractiva.
– Ha olido mucho y ha perdonado mucho, mi vida.
-Y…¡abuela, qué dientes tan grandes tienes
El lobo respondió:
– Soy feliz de ser quién soy y lo que soy -y, saltando de la cama, aferró a Caperucita Azul con sus garras, dispuesto a devorarla. Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, si no por la deliberada invasión que había realizado en su espacio personal.
Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera – o técnicos en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse- que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir, pero apenas había alzado su hacha, cuando, tanto el lobo como Caperucita Azul se detuvieron simultáneamente…
-¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? – inquirió Caperucita.
El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.
-¿Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandhertalense cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo? -prosiguió Caperucita_ ¡Sexista! ¡racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?
Al oir el apasionado discurso de Caperucita Azul, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza.
Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mútuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.
LA CAPERUCITA AZUL (AUTOR: IGNACIO VIAR)

Su encanto físico quedaba anulado por su perversidad moral. Las personas cultas del pueblo no podían explicar cómo en un ser infantil podía acumularse la soberbia, la crueldad y el egoísmo de un modo tan monstruoso.
Sus padres luchaban diariamente para convencer a Caperucita.
– ¡Llevarás la merienda a la abuelita¡
– ¡No¡
Y surgían los gritos y amenazas. Todo lo que surge cuando hay un conflicto educacional.
Caperucita tenía que atravesar todos los días, tras la discusión, un hermoso pinar para llegar a la casita donde vivía sola su abuelita.
Caperucita entraba en casa de su abuela y apenas la saludaba. Dejaba la cesta con la merienda y marchaba precipitadamente, sin dar ninguna muestra de cariño.
Había en el bosque un perro grande y manso de San Bernardo. El perro vivía solo y se alimentaba de la comida que le daban los cazadores. Cuando el perro veía a Caperucita se acercaba alegre, moviendo el rabo. Caperucita le lanzaba piedras. El perro marchaba con aullido lastimero. Pero todos los días el perro salía a su encuentro, a pesar de las sevicias.
Un día surgió una macabra idea en la pequeña, pero peligrosa mente de la niña. ¿Por qué aquel martirio diario de las discusiones y del caminar hasta la casa de su abuela?
Ella llevaba en la cesta un queso, un pastel y un poco de miel. ¿Un veneno en el queso? No se lo venderían en la farmacia. Además, no tenía dinero. ¿Un disparo? No. La escopeta de su padre pesaba mucho. No podría manejarla.
De repente brilló en su imaginación el reflejo del cuchillo afilado que en su mesita tenía la abuelita.
La decisión estaba tomada. El canto de los pájaros y el perfume de las flores no podían suavizar su odio. Cerca de la casa surgió de nuevo el enorme perro. Caperucita le gritó, lanzándola una piedra.
Llamó a la puerta.
– Pasa, Caperucita.
Su abuela descansaba en el lecho. Unos minutos después se oyeron unos gritos.
Cuando el cuchillo iba a convertirse en un instrumento mortal, Caperucita cayó derribada al suelo. El pacífico San Bernardo había saltado sobre ella. Caperucita quedaba inmovilizada por el peso del perro. Por el peso y el temor: Por primera vez, un gruñido severo, amenazador, surgía de la garganta del perro.
La abuelita, tras tomar un copa de licor, reaccionó del espanto. Llamó por teléfono al pueblo.
Caperucita fue examinada por un psiquiatra competente de la ciudad. Después, la internaron en un centro de reeducación infantil.
La abuelita, llevándose a su perro salvador, abandonó la casa del bosque y se fue a vivir con sus hijos.
Veinte años después, Caperucita, enfermera diplomada, marchaba a una misión de África.
-¿ A qué atribuye usted su maldad infantil? –le preguntó un periodista.
– A la televisión –contestó ella subiendo al avión.
En África, Caperucita murió asesinada por un negro que jamás vio un televisor, pero había visto otras cosas.