«EL CHANCHITO VOLADOR», UNO DE LOS CUENTOS INFANTILES MAS BELLOS Y MENOS CONOCIDOS DE LA LITERATURA INFANTIL
Dos alegres enanitos salieron un día de su cabaña, y se dispusieron a cortar leña en el bosque. Llegaron junto a un gran árbol, y a golpes de hacha comenzaron a derribarlo. Ellos no sabían que sobre la poblada copa de aquel árbol se hallaba durmiendo tranquilamente el cerdito volador. De manera que se sorprendieron mucho cuando vieron caer juntos al tronco y al cerdito.
— ¡Caracoles! ¿Qué clase de pájaro es usted? —preguntó el enanito mayor.
— Yo no soy ningún pájaro. Soy un cerdito.
Y así conversaban, cuando vieron llegar al gigante Malombrón. Era tan alto como una montaña, y vivía en un castillo lejano, al otro lado del bosque. También el gigante necesitaba leña, y al igual que los dos enanitos acudía a aquel dispuesto a llenar de ramas un gran saco que llevaba.
Se agachó Malombrón. Cogió un puñado de ramas … Y otro … Y otro más. Pero, sin advertirlo, echó también al saco a los dos enanitos y al cerdito volador, antes que éstos pudiesen evitarlo.
Dentro del saco todo estaba muy oscuro. El enanito mayor protestaba, porque tenía la nariz bajo un pie del otro enanito. Y éste tampoco estaba muy contento, pues sus largas barbas habían quedado aprisionadas entre las ramas, por lo que se encontraba sumamente incómodo.
— No discutan —aconsejó el cerdito.
— El gigante se ha echado el saco a la espalda, y ahora nos lleva de camino a su castillo. Esperemos a ver qué ocurre.
Luego, encendió un fósforo y lo acercó a las secas ramas.
— Pero, ¿Qué está haciendo este bruto? ¡Nos va a achicharrar! —protestó uno de los enanitos.
— No tengan temor, porque yo voy a evitarlo. —exclamó el cerdito.
Sopló enseguida fuertemente sobre las cenizas del suelo, y éstas fueron a dar a los ojos del gigante cegándolo por unos momentos.
— ¿Eh? ¿Qué es esto? – gritaba Malombrón, tosiendo y bufando – ¿Qué ocurre aquí?
— ¡De prisa enanitos! Suban sobre mi lomo. Antes de que el gigante nos descubra tenemos que salir de aquí, decía presuroso el cerdito.
— A la una, a las dos, y a las tres. ¡Upa!
— Sí. Pero yo, ¿de dónde me agarro? —preguntó el otro.
— ¡Alto! —resonó al instante la voz del gigante— No los dejaré escapar. Y me servirán de cena.
Volando ya sobre las copas de los árboles, se detuvieron por fin en la casa de los enanitos. Los tres amigos comieron entonces juntos, muy contentos por el feliz resultado de su peligrosa aventura. Y, desde entonces vivieron unidos y muy felices.