Si la realidad supera a la ficción, la tecnología no iba a ser menos. En televisión, uno de los episodios de la grandiosa serie británica «Black Mirror» presenta una falsa realidad en donde sus personajes cuentan con un dispositivo de memoria capaz de registrar y almacenar cada momento vivido. A través de los ojos, que ejercen de cámara y reproductor, el grano permite a sus usuarios acceder a cualquier momento y revivirlo cual archivo en un disco duro. No daré más detalles de la historia por respeto hacia quienes aún no se hayan animado a verla, pero para los que lo hayan hecho, las implicaciones morales y filosóficas del grano seguro que no pasaron desapercibidas.
En aquel momento se trataba de un argumento ficticio; ahora llega el anuncio de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA) de EEUU sobre su proyecto RAM (Restoring Active Memory). A través de su laboratorio de investigación más puntero —que yo me imagino como aquel al que acudía James Bond en busca de las armas más revolucionarias—, la fuerza militar de EEUU quiere implantar un dispositivo neuronal en sus soldados que almacene información, y sea capaz de devolverles la memoria en caso de accidente.
Tecnológica y científicamente, el proyecto RAM se las trae. La serie presenta como algo sencillo la grabación y reproducción de recuerdos, pero en la realidad el proceso sería altamente complejo; de hecho, su objetivo último no es tanto lograr una película de la vida de cada soldado vista a través de sus ojos sino encontrar “nuevos métodos para analizar y decodificar las señales neuronales”. O eso anuncia el proyecto.
Cualquier científico, sea de la rama que sea, no tendrá reparo en afirmar que el cerebro es el órgano más complejo y desconocido del cuerpo humano. Daniel Closa, biólogo del CSIC y autor del libro 100 mitos de la ciencia, admite: “Aún no tenemos claro cómo funciona la memoria”. Para el investigador, que la humanidad llegue a ser capaz de almacenarla y reponerla es “mucho aventurar”. Sin embargo, considera que los intentos para conseguirlo pueden “ser muy efectivos para aprender más sobre ella”.
Parece entonces que la fuerza militar de EEUU pretende antes aumentar su conocimiento sobre el cerebro que ser capaz de devolverle la memoria per se. Hasta dónde será capaz de llegar en su empeño es otra historia. Aunque Closa lo intuye como un avance aún prematuro, “¿quién se arriesga a decir que no se puede?, es solo cuestión de tiempo”.
Pero Black Mirror no es la única ficción que ha fantaseado con manipular la memoria humana: antes ya vimos a Neo aprender kung-fu en cinco minutos dentro de Matrix, y a Ross Geller intentar enamorar a Elle Macpherson en un capítulo de Friends mientras relataba la posibilidad de descargar su cerebro en una computadora para vivir eternamente en forma de máquina. De entre otros muchos ejemplos de ficción en este campo, Closa cree que “tenía que llegar el momento en el que alguien se pusiera a intentarlo”. De verdad. DARPA podría acertar entonces con una nueva tecnología que parece haber nacido de la ciencia ficción.
Pero ¿Qué fue primero, la ciencia o la ciencia ficción?
Para que una innovación sea real, antes tuvo que ser imaginada. En opinión de Solbes, la estrecha relación que mantienen la ciencia y la ciencia ficción empezaría con los hallazgos obtenidos por la primera, seguidos de las interpretaciones de la segunda. Solbes explica que “muchas veces, dichas extrapolaciones incurren en graves errores científicos”. Ese sería el caso de cualquier vehículo espacial de los que aparecen en Star Wars, donde estas naves hacen giros de trayectoria a su antojo. Es decir, la falta de rozamiento por el vacío del espacio imposibilita físicamente tal hazaña, que sólo podría realizarse con propulsores situados en todas las direcciones posibles.
Otras veces sí han sido las obras de ficción las que se han adelantado a los avances tecnológicos que han llegado al mercado real. Es el caso de las velas solares. Estos dispositivos fueron descritos teóricamente a finales del siglo XIX, misma época de la que data su primera referencia bibliográfica en Extraordinarias aventuras de un sabio ruso, de Fora y Grafinia. Sin embargo, no ha sido hasta el siglo XXI cuando las agencias espaciales han empezado a hacer pruebas reales con estos dispositivos que viajarían por el espacio gracias a la energía solar.
Los verdaderos adelantos que la ciencia ficción ha podido hacer sobre la ciencia se deben, en muchos casos, a que los propios “autores tienen formación científica, conocen el estado actual de su campo y pueden establecer los desarrollos inmediatos previsibles”, explica Closa. ¿Ejemplo claro? Arthur C. Clark, formado en matemáticas y física, y autor de la archiconocida 2001: Una odisea en el espacio. El propio Clark también describió varios tipos de velas solares en su novela Sunjammer de 1964. A través de ejemplos como este, Closa recuerda que “la naturaleza no es más extraña de lo que imaginamos sino de lo que somos capaces de imaginar”.