LOS SUEÑOS SE PUEDEN DOMINAR Y MANIPULAR, SEGÚN EXPERTOS


La obra más conocida de Henry Fuseli es La Pesadilla. En la pintura, de 1781, una damisela aparece recostada en una cama señorial rodeada de sedas y gasas. Su cuerpo está casi fuera del colchón, su expresión es de desmayo y sobre su pecho descansa una especie de homúnculo contrahecho que mira al espectador con cara de pocos amigos. Desde la oscuridad del fondo, vemos la aterrada expresión de un caballo fantasmal que atraviesa el cortinaje. Aunque semejante estampa parece sacada de un cuento de terror, el pintor confesó que en realidad se había limitado a trasladar al lienzo experiencias nocturnas que él y alguno de sus amigos habían sufrido.
Fuseli no estaba solo. La misma escena se describe en las tradiciones orales de numerosas culturas alrededor del globo. Todas ellas reproducen la misma historia: despertarse en mitad de la noche sin poder moverse, rodeado de presencias oscuras, con una sensación de opresión asfixiante en el pecho, como si tuvieras a alguien encima. En la Edad Media europea se hablaba de íncubos y súcubos, que tomaban a las mujeres en el sueño. En Japón a esta figura maligna se le llama kanashibari. En la antigua mitología nórdica se hablaba de la Mara, un espíritu malvado que montaba a los durmientes como a un caballo. De Mara deriva la palabra “nightmare”, pesadilla en inglés. Unas presencias fantasmales con las que la escritora y cineasta Karen Emslie está más que familiarizada.
Así lo narra en su reciente artículo «The Terror and the Bliss of Sleep Paralysis», en el que trata de explicar el fenómeno e ir un par de pasos más allá de él. En sus párrafos explica cómo actualmente, para bien y para mal, sabemos que no hay mucho de mágico en esta condición. Se le llama «parálisis del sueño» y ha sido ampliamente documentada y estudiada desde que el psicólogo norteamericano Weir Mitchell la describiera por primera vez en 1876. Hoy sabemos que afecta por lo menos al 6% de la población mundial, y que una gran mayoría de personas lo experimenta en algún momento de su vida. A grandes rasgos, consiste en una disociación entre mente y cuerpo, en lo más profundo de la fase REM. Estamos soñando, pero al mismo tiempo estamos conscientes. Esa brecha lleva a nuestra amígdala a señalar que nos encontramos ante una amenaza inminente. De ahí el ataque de pánico, la ansiedad y la confusión que acompaña a estas situaciones. La confusión de nuestros lóbulos temporal y parietal hacen el resto.
Dominar los sueños
“Desde que era una adolescente he visto figuras en la esquina de mi dormitorio, y me he despertado encontrándome entidades extrañas al lado de la cama […] He sentido el pecho aplastado por el peso de una extraña bestia […]”, cuenta Emslie. Pero después de explicarnos sus episodios más traumáticos, su relato cambia. Emslie es hoy una experta en la manipulación de sus estados inconscientes, y es esta la parte más sorprendente de su historia: cómo llegó a dominar sus sueños, y convertirlos en una fuente de nuevas sensaciones; cómo pasó de la “parálisis del sueño” a lo que se conoce como “sueños lúcidos”, sueños que uno puede controlar, e incluso tener experiencias extracorporales.
El protagonista de la película Waking Life, de Richard Linklater, es incapaz de distinguir entre sueño y realidad. En un momento dado conoce a los “onironautas”, un grupo de personas que tratan de dominar su mente para vivir dentro de sus sueños y poder controlar lo que sucede en ellos. Aunque todo esto pueda levantar más de una ceja, el caso es que los más recientes estudios neurofisiológicos señalan que ni la autora ni Linklater andan tan desencaminados. Trabajos como los de Jorge Conesa-Sevilla, quien además de neurólogo es artista, tratan de reconciliar la explicación científica con las técnicas de meditación, relajación y entrenamiento que nos guían en la autoexploración del sueño lúcido. Emslie señala a este autor como clave en su proceso para superar el pánico que acompaña a la parálisis y tomar control de sus sueños.
“A menudo regreso a los mismos lugares, mundos que yo he creado […] Los blancos, amarillos y verdes son más intensos que nada que haya visto en mi vida. Y hay paisajes espectaculares. Podría hacer un mapa de estos lugares […]. Soy totalmente consciente durante estos sueños”, sigue contándonos la autora. Y aunque sus experiencias parecen sacadas de un libro fantástico o de un episodio de Cuarto Milenio, con la ciencia en la mano cada vez parece más claro que el mundo onírico es hoy un lugar fascinante que explorar antes que ese pozo de misterio, oscuridad y miedos que han sido durante siglos. En un planeta en el que apenas quedan rincones a donde no llegan los satélites, ¿serán nuestros sueños la última frontera?

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