«MONSIEUR VERDOUX», OBRA MAESTRA DE CHAPLIN
La historia de Monsieur Verdoux está inspirada en la vida de Henri Désiré Landru, también conocido como Barba Azul, un asesino en serie francés guillotinado en 1922 tras haber robado y matado al menos a 10 mujeres después de seducirlas. La idea del galán depredador que se casa con mujeres para posteriormente acabar con sus vidas ha aparecido en la literatura de manera recurrente y también en el cine, en películas de autores tan diversos como Chabrol (Landru, 1962) o Laughton (La noche del cazador, 1955). El genial cineasta Orson Welles fue de los primeros que quisieron llevar a la pantalla la historia de Landru, y escribió un guión para que Chaplin lo interpretara. Pero en el último momento Chaplin decidió comprar ese guión y transformarlo dándole su propia interpretación. Algo que se aparta de la norma habitual de su obra, ya que hasta la fecha todas las películas habían sido escritas íntegramente por el propio Chaplin, motivo por el que en los créditos aparece la referencia «basada en una idea original de Orson Welles».
Chaplin es un maestro, como ya muchos sabemos. Sus obras reflejan la contrariedades y contradicciones de la existencia humana frente a su situación ante la vida y la sociedad. Casi siempre lo hace de manera sutil con imagines sordas. En esta ocasión, a diferencia, es evidente y sonora.
Con el tema de la inconciencia moral, esta cinta nos dice que el hombre es egoísta por naturaleza y que el discurso ético de cualquiera de nosotros está viciado por el status social y económico y los intereses individuales sobre los generales. Tenemos una venda en los ojos y en los oídos, que nos quitamos de vez en cuando, en momentos en que la presión colectiva nos incita a criticar y destrozar a la oveja descarriada del rebaño.
Monsieur Verdoux es una crítica feroz a la sociedad guerrera estadounidense en su inclinación a la muerte y a la destrucción de la nación a cambio de conseguir recursos económicos y poder político. Lo hace por medio de la «simple historia» de un asesino serial muy peculiar, con un Chaplin en una de sus mejores actuaciones -aunque siempre se muestre extraordinario-, que nos hace reír al tiempo de consternar nuestra conciencia cuando priva de la vida a sus mujeres con ese cinismo sólo creíble en actores de su talla, al tiempo que se pasea en las narices de la autoridad, misma que nunca pone el empeño suficiente para descubrirlo y aprehenderlo.
El guión más que perfecto, la edición, fotografía, música y actuaciones sobresalientes del cuadro de intérpretes, suman a la labor de nuestro protagonista para cocinar una obra maestra que nos deja aletargados por su cúmulo de elementos axiológicos y artísticos.
La película abre con Verdoux, ya ejecutado por sus crímenes, narrando desde la tumba:
«Buenas tardes. Como pueden ver, mi nombre es Henri Verdoux. Durante 30 años fui empleado bancario, hasta la crisis de 1930, cuando perdí mi empleo. Decidí entonces dedicarme a la liquidación de miembros del sexo opuesto, un negocio estrictamente comercial destinado a mantener a mi familia. Pero les aseguro que la carrera de Barba Azul no es nada rentable. Sólo un optimista impertérrito podía embarcarse en tal aventura. Desgraciadamente, yo lo era. El resto es historia.»
«Asesinar a una, dos o diez personas te convierte en un canalla, asesinar a millones tal vez en un héroe. Las cantidades santifican», dice el protagonista minutos antes de ser guillotinado. La moraleja: si la guerra es la extensión lógica de la diplomacia, el asesinato es la consecuencia natural de los negocios. El film llega incluso a incluir un montaje en imágenes que muestra a empresarios arruinados saltando por las ventanas o a Hitler y Mussolini codeándose. Chaplin no escatima en la rotunda condena del capitalismo y la agresión militar.