TODO LO QUE «JUEGO DE TRONOS» LE DEBE A LA HISTORIA


“Juego de Tronos” es una saga de fantasía, correcto… pero ¿hasta qué punto está inspirada en hechos reales? En esta guía trazamos los paralelismos que existen entre la historia antigua y medieval y los acontecimientos narrados por George R. R. Martin en las 5.000 páginas de su novela.

Aunque haya dragones y brotes de magia negra, aunque los muertos caminen al otro lado del muro y los cambiapieles puedan entrar a voluntad en el cuerpo y en la mente de los animales salvajes, lo que distingue a “Canción de Hielo y de Fuego” de otras largas sagas de literatura fantástica es, precisamente, la clamorosa carencia de del elemento fantástico tradicional, tal como codificó el género J.R.R. Tolkien a partir de “El Hobbit”. En la novela de George R. R. Martin no hay razas mitológicas conviviendo en el mismo territorio, ni enemigos monstruosos prácticamente indestructibles; por no haber no hay ni magos —salvando esas contadas excepciones, todavía muy secundarias en la trama de la novela, personificadas en Melisandre y los sacerdotes de la antiquísima Qarth—. Lo que importa en Poniente, por encima de la hechicería y la superstición, es la política. 


Toda la trama gira alrededor de complejos equilibrios de poder y luchas por el control del reino, a partir de guerras, alianzas, tratados y matrimonios (sobre todo matrimonios; así se forjaron algunos de los más importantes reinos de Europa), que transportan la trama ideada por Martin hasta las lindes de la novela histórica, alejándola así de la fantasía pura.

Ciertamente, Poniente no existe; tampoco las Nueve Ciudades Libres ni las tierras del Este, ni siquiera la ancestral Valyria: el perfil de ese mapa es tan artificial como el de la Tierra Media tolkieniana, pero como ya sucedía en “El Señor de los Anillos”la ficción tiene un reflejo —casi alegórico—en la realidad histórica. Si en la trilogía de Tolkien era fácil detectar influencias de la literatura y la historia medievales -e incluso de la historia contemporánea, de tal modo que Mordor sería el resurgimiento del III Reich tras la primera derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial (en la que Tolkien tomó parte como soldado), y Sauron un Hitler contra el que se forja una alianza de pueblos hasta entonces a la greña-, en “Canción de Hielo y de Fuego” todavía es más evidente esa transparencia, la trasposición del hecho al mito. 


Esto es algo que en su traducción al formato televisivo en HBO, “Juego de Tronos”, se intuye en parte, pero no queda tan claro y diáfano como en los cinco libros —casi 5.000 páginas en la traducción al castellano— escritos por George R. R. Martin hasta el momento, a falta de los dos últimos. Y es que la novela, más allá de las conjuras palaciegas y las muertes crueles que normalmente llegan por sorpresa, es una delicia para quienes gusten de localizar paralelismos históricos con la historia antigua y medieval. Aunque el mundo de la narración sea Poniente, la obra se puede leer también como un resumen de las culturas y los hechos que han dado forma al mundo y la civilización de la que ahora disfrutamos -a la que, curiosamente, nos referimos como Occidente y occidental-. “Juego de Tronos” está plagado de referencias que, de conocerlas, hacen la lectura doblemente estimulante.

1. Poniente como metáfora del mundo

Poniente, ya se ha dicho, es Occidente —Westeros en la versión inglesa, que suena a Western World—, y no deja de ser un pastiche de la vieja Europa hasta, aproximadamente, el siglo XV, antes de que el mapa del mundo conocido se transformase dramáticamente con el descubrimiento de América. En el mapa de Westeros, curiosamente, no se conocen las tierras que hay más allá del mar occidental. Sí se conocen las del Este, salvajes, compactadas, áridas y sin un final conocido (como los mercaderes europeos no sabían en el siglo XI hasta dónde se extendía Asia). Es un territorio mucho más antiguo, con una arquitectura, una cultura y un color -también un clima- completamente opuestos al frío del Norte —o, más que al frío, al clima violento que combina largos inviernos y veranos sin apenas etapas de transición—. Más allá de Poniente están las islas del Eterno Verano, ricas en sedas, comercio, especias y joyas. O lo que es lo mismo: este mundo de Martin está articulado por las mismas tensiones entre este y oeste —Grecia vs. Persia, Roma vs. Partia, Sacro Imperio vs. Turquía, Cristianismo vs. Islam— que hemos conocido en nuestra historia desde la noche de los tiempos hasta el día presente.

2. Desembarco del Rey como metáfora del poder imperial

Poniente es una tierra antiquísima que ha evolucionado en una compleja civilización con un alto desarrollo político. Tras la invasión de la Casa Targaryen a lomos de dragones, los antiguos siete reinos fueron conquistados, u obligados a prestar vasallaje a un solo rey, y de ese modo aparece un nuevo poder con marcado sello imperial. Aegon el Conquistador aparece en la novela como un personaje histórico, como una nota erudita al pie de los hechos del presente, aunque es fácil apreciar en él rasgos de antiguos conquistadores y unificadores de la historia de Europa, comenzando por Alejandro Magno, que desde una tierra remota —Valyria / Macedonia— alcanzó a unificar un territorio extenso -toda Persia y hasta la India-, al más cercano Carlomagno, forjador del primer trono de Francia, ante el cual muchos señores menores doblaron la rodilla. Pero una vez se establece la capital administrativa del reino en Desembarco del Rey, una ciudad sucia, caótica, podrida por la burocracia y las intrigas, es fácil entender que ésta consiste en una metáfora de Roma (aunque su aire orientalizante a veces nos haga pensar en Bizancio): no sólo hay siete torres —como en Roma había siete colinas— y un río sucio y feo —el Aguasnegras como un trasunto del Tíber—, sino una violenta estratificación entre el poder y la chusma. 


En Desembarco del Rey abundan las prostitutas, los mercaderes y los soldados de fortuna, al servicio todos de la depravación de un poder imperial enclaustrado en su castillo rojo y aquejado de los peores vicios de los tiranos. El Rey Loco Aerys Targaryen tiene rasgos de Nerón y Cómodo, del mismo modo en que el usurpador Robert Baratheon se corresponde con figuras como Julio César —la respuesta en forma de revuelta a una situación irreparable de degradación política— u Octavio Augusto, garante de la pax romana, que en Poniente dura los 17 años de su reinado hasta que los acontecimientos derivados de la muerte de su consejero, Jon Arryn, desencadenan el caos en el que se transforma la novela. Por supuesto, el ‘hijo’ de Robert y su reina, Cersei, el joven y cruel Joffrey, es el Calígula de esta historia: un niño caprichoso, sanguinario, elevado al trono en una edad inmadura, que señala como figura de confianza a su ‘Perro’ —el caballero Sandor Clegane— del mismo modo en que el pintoresco emperador elevó a su caballo Incitatus a la categoría de Cónsul. Cuidado con el capítulo 2 de la cuarta temporada.

3. El Muro como frontera

Al norte de Poniente, un gigantesco muro, erigido por Bran el Constructor, separa las tierras más-allá-del-muro de los Siete Reinos. Con el tiempo se ha olvidado para qué se elevó originalmente, pues durante milenios ninguna amenaza real ha sobrevolado por encima de las tierras gobernadas por los Targaryen y sus diferentes protectores —los Stark en el norte, los Lannister en el Oeste, los Arryn en el Este, los Tyrell y los Martell en el sur—: sólo de vez en cuando algunos elementos salvajes, lo suficientemente suicidas como para trepar por la mole de hielo, han ido causando problemas a los habitantes del reino, rápidamente aplastados por las casas del Norte o, por supuesto, la Guardia de la Noche, una institución milenaria que recuerda vagamente a los Templarios -mitad orden religiosa, con voto de castidad, y mitad orden militar con un prestigio y una riqueza en el pasado que ha ido menguando, hasta el punto de que hubo reyes que valoraron su posible extinción-, y que tiene como misión el mantenimiento y vigilancia del Muro. 


Porque el Muro significa frontera: si Desembarco del Rey es Roma, el Muro es el Danubio, durante siglos la barrera natural que mantuvo la paz en el imperio, a resguardo de las tribus bárbaras que ocasionalmente incurrían en razzias y saqueos. Pero a medida que los bárbaros de más-allá-del-muro empiezan a organizarse para una invasión en toda regla, unificando las diferentes tribus del alto norte, el paralelismo con los vándalos, los hunos, los visigodos y los sajones se hace evidente. Incluso los romanos construyeron su propio muro: el Muro de Adriano, en el cuello de botella que separa la actual Inglaterra de Escocia, para contener a las tribus célticas de las tierras altas. Muros que, cuando dejan de defenderse, inexorablemente caen.

4. Lannister vs. Stark: Westeros como Inglaterra

Lannister es un apellido que fonéticamente se acerca mucho a Lancaster. Stark, por su parte, recuerda mucho a York. Los Lancaster y los York fueron dos casas que pugnaron por el legítimo trono de Inglaterra en el siglo XIII durante la conocida Guerra de las Dos Rosas, causada por el vacío de poder que dejó la extinción de la casa Plantagenet -o sea, los Targaryen en Poniente, tras los asesinatos del rey Aerys y el príncipe Raeghar en combate durante la rebelión de los Baratheon-. Curiosamente, durante esa revuelta bélica, dos casas intentaron conquistar el trono de Aerys: los Lannister comandados por Lord Tywin, y los Stark de Lord Eddard en alianza con los Baratheon y los Arryn. La organización política de los Siete Reinos, por otra parte, recuerda mucho a acontecimientos históricos y mitológicos de la crónica de Inglaterra: la división en casas que dominan parcelas de un territorio coronado por un Muro es genuinamente anglosajona, a la vez que la unificación del reino por un rey heroico tiene su reflejo en la leyenda artúrica, en la que Artús emprende una guerra para pacificar Logres, aplastando las rencillas entre clanes y estableciendo su capital en Camelot, una corte colorista como lo es Desembarco del Rey. La historia del rey Robert Baratheon es artúrica en más aspectos: no sólo el apellido Baratheon recuerda a Pendragon, sino que el declive del reino tiene parte de su origen en un incesto. En la leyenda de Arturo, es Mordred —hijo del rey con su hermana mayor, el hada Morgana- quien mata a su padre. En “Juego de Tronos” Joffrey, que es producto de otro incesto, el de Cersei Lannister con su hermano Jaime, no mata a su padre, pero sí es su madre la que organiza la partida de caza que acabará con Robert y que derivará en su polémica subida al trono.

5. Arryn, Tully, Martell, Tyrell: cuatro casas, cuatro reinos

En el primer episodio de la cuarta temporada de “Juego de Tronos”, quien no haya leído los libros se encontrará por primera vez con la casa Martell, guardianes del sur de Westeros, las tierras conocidas como Dorne. Dorne es un lugar de luz y arena, el más conectado con la algarabía y el exotismo de las tierras libres del Este. Dorne no encaja con el resto de Westeros: su acento es distinto, sus costumbres son más exquisitas, cultivan el olivo y producen el mejor vino, habitan entre fuentes y jardines, su animal representativo es la serpiente y su fuerza proviene del sol. Culturalmente pertenecen a otro continente, del que les separa la parte más estrecha del Mar Angosto, lo que tiene un fácil paralelismo con Al-Andalus, la fracción de la invasión islámica que llegó hasta Europa —y que fue frenada en 732 en la batalla de Poitiers por los francos liderados, ojo aquí, por el caudillo Carlos Martel—. 


Que los ‘omeyas’ de esta historia se llamen Martell es un tirabuzón semántico de George R. R. Martin que expone hasta qué punto su mundo está pensado en detalle, documentado con exactitud y bien equilibrado, porque Dorne es precisamente la tierra más díscola de los Siete Reinos: en su ánimo está la ‘reconquista’ del legítimo trono tras haber sido el último pueblo en dejarse conquistar (voluntariamente) por los invasores Targaryen. Vejados a la vez por los Baratheon, los Stark y los Tyrell, con los que mantienen una relación tensa, sueñan con devolver los agravios en algún momento. En la línea de Dorne, cada corona de Poniente parte de características de otros reinos históricos: los Tyrell de Altojardín son quintaesencialmente occitanos —cultivan la poesía y la rosa, es una sociedad galante como la Provenza del siglo XII—, mientras que los Baratheon son su antítesis normanda, tierras de vienton recio y naturaleza verde. Los Lannister son sajones de piedra y acantilado, y los Stark son casi escandinavos, el alma de la cultura del invierno. Los Tully de Aguasdulces son un pueblo rivereño y gris, típico del centro de Europa, y sus vecinos los Arryn un reino montañoso y apartado de todo conflicto que inevitablemente nos hace pensar en la neutral Suiza y sus Alpes.

6. Las Islas del Hierro: furor vikingo

El último pueblo en liza por el control de Westeros es el de las Islas del Hierro. Son hombres del mar, que nunca se sienten cómodos en tierra y cuya cultura es la de la rapiña. El lema de la casa regente Greyjoy es “nosotros no cosechamos”, porque en el ánimo de esta estirpe de depredadores está únicamente la invasión relámpago de granjas y puertos para hacerse con todo lo que necesitan: dinero, comida, mujeres, todo tipo de recursos. Los hombres del hierro son una réplica transparente de los vikingos que, durante varios siglos, prolongaron el comportamiento rapaz de los viejos bárbaros de Germania: descendiendo por los ríos iban saqueando pueblos y ciudades —llegaron hasta Atenas— sin plantar jamás una semilla, únicamente incendiando, violando y robando todo lo que se les ponía enfrente, como en cierto momento los Greyjoy se decidirán a sembrar el terror en las costas del norte y el sur. Nadie en Poniente confía en los hombres del Hierro: son salvajes traidores sin moral, que se deben a una cultura insular con sus propios dioses —o mejor dicho, dios: el Dios Ahogado, que en este caso tiene una réplica literaria y no histórica; es un dios yacente y dormido en el fondo del mar, inspirado en el Cthulhu de H.P. Lovecraft—, unos hombres arcaicos que, pese a todo, gozan de una ventaja: dominan el océano y son capaces de llegar más lejos y más rápido que nadie.

7. La religión en Poniente: politeísmo vs. monoteísmo

La evolución natural de las religiones en Poniente es la misma que en nuestra cultura evolucionó del animismo al politeísmo, y de ahí al monoteísmo. En el origen, estaban los Hijos del Bosque, es decir, los espíritus de la naturaleza que habitaban en el corazón de los árboles, en las frondas y en los ríos.


 La primera invasión de las tierras de Poniente, a manos de los ándalos, tiene un paralelismo con la primera crisis de la civilización occidental: las culturas primitivas, casi prehistóricas, que se instalaron en el extremo oriental del Mediterráneo, fueron barridas varios milenios atrás por una invasión nómada, de origen desconocido, de la que emergieron pueblos posteriores como los griegos y los fenicios. Sólo resistieron los egipcios —que podrían ser los Stark, con la diferencia de que los egipcios eran un pueblo de la arena y los norteños de Poniente hombres del frío, y que han pasado como la civilización más antigua y anterior a la invasión de los ándalos: por las venas de los hombres del Norte todavía corre la sangre de los primeros habitantes de Poniente—. Pero con los ándalos vino una nueva religión: los siete (el Padre, la Madre, el Herrero, el Guerrero, la Doncella, la Vieja y el Desconocido), una religión politeísta en la que cada dios encarna una serie de valores y principios basados en la organización social; un dios para la Guerra, un dios para la Fecundidad, otro para la Muerte, etcétera. Los Siete, o los nuevos dioses, es la religión oficial en un mundo amenazado por nuevas fes que intentan ocupar un espacio y que, curiosamente, provienen todas del este. La más fuerte es la del Dios de la Luz, o R’hllor, importada por la hechicera Melisandre de Asshai: el Dios de la Luz es un dios único que se presupone verdadero —en la saga, las oraciones elevadas a los antiguos dioses o a Los Siete nunca parecen ser escuchadas, pero las acciones de R’hllor tienen siempre consecuencias inmediatas, ya sea invocando fuerzas del mal o provocando la muerte de personajes tras unos sacrificios de sangre—. Durante el Imperio Romano, dos religiones llegadas de oriente amenazaron el dominio del politeísimo grecolatino. Una no tuvo éxito —el culto a Mitra, o Astarté, divinidad mesopotámica de origen solar que fue introducida como una extravagancia y que rápidamente acumuló un culto notable entre desencantados por los dioses antiguos—, y otra, conocida como Cristianismo, fue la que finalmente se convirtió en religión oficial a partir de preceptos mucho más atractivos. El culto a R’hllor no admite fisuras ni dudas, es dogmático como la fe en Yahvé.

8. Daenerys y las tierras del Este

Daenerys Targaryen es el personaje que articula el rico conglomerado de culturas orientales. En su periplo por el Este en busca de una ciudad, un ejército y un destino, su figura comparte paralelismos con Alejandro Magno -ya hemos dicho que su primer antepasado, Aegon, era un reflejo también del joven y carismático conquistador que, de la nada más absoluta, forjó un imperio hacia oriente; en el caso de Aegon fue hacia el otro lado, de Valyria a Poniente- y con Cleopatra, exótica reina pretendida por los guerreros del oeste, como descubriremos durante toda la saga y especialmente en el volumen quinto del libro; su consejero Jorah Mormont, traidor a Poniente, exiliado y dionísiaco, a la vez que gran guerrero, es el particular Marco Antonio de esta historia. Pero Daenerys es sobre todo el símbolo de las viejas culturas babilónicas, asirias y persas, la aglutinadora de imperios con una moral más laxa, tierras de guerreros y esclavos, de comercio y lujo, de sol y arena. 


En el primer libro, Daenerys es vendida por un mercader de Pentos —el maestre Illyrio— a un caudillo guerrero de la raza de los dothrakis, Khal Drogo, un pueblo nómada cuya cultura está articulada alrededor del caballo. Los dothrakis son conquistadores sin centro fijo, algo así como los invasores mongoles que asolaron Asia bajo el estandarte de Gengis Khan. Las ciudades esclavistas de Astapor, Yunkai y Meereen, así como Qarth, tienen rasgos de diferentes localizaciones exóticas en Asia, desde Fenicia -su centro de poder comercial eran también tres ciudades, Tiro, Sidón y Biblos- hasta Babilonia, Samarcanda y Persépolis, con sus estructuras piramidales (zigurats), efigies y jardines colgantes. Los guerreros obedientes de Daenerys, los Inmaculados (y más tarde los Segundos Hijos), tienen rasgos de aquellas ancestrales razas de guerreros de la Persia medieval como los hashisheen y de los ejércitos temibles de los emperadores Darío y Jerjes que forjaron el Imperio Persa hasta que fueron frenados por los espartanos en la batalla de las Termópilas.

9. Dos ciudades icónicas: Braavos y Antigua

Antigua aún no ha salido en la serie de televisión, pero es ampliamente citada en el libro —se visita físicamente por primera vez al comienzo y al final del cuarto volumen, “Festín de Cuervos”—. Braavos también se descubre en el cuarto libro, aunque algunos de sus habitantes, como por ejemplo Syrio Forel, maestro de esgrima de Arya Stark, deambulan por Desembarco del Rey con toda normalidad. Y estas dos ciudades, una en Poniente -Antigua pertenece a la casa Hightower, vasalla de los Tyrell- y otra en el Este, tienen reflejos poderosos de dos de las grandes ciudades de la antigüedad y la edad moderna. Antigua es el lugar donde estudian los maestres, aquellos hombres versados en ciencia, medicina, historia y demás áreas del conocimiento que asesoran a los reyes y los señores de los castillos y cuyo rango se mide en función del número y material de los eslabones de sus cadenas. Y Antigua está presidida por un faro inmenso, como atrás lo tuvo la ciudad de Alejandría, famosa por su imponente biblioteca, el gran centro de saber del mundo pre-cristiano. Braavos, en cambio, es una ciudad en una laguna, trazada por cientos de puentes y canales, que vive de la usura: sus imponente riquezas sirven para financiar los gastos de Desembarco del Rey, su oro acumula intereses, como el dinero de la orgullosa Venecia financiaba las guerras de los reyes de Europa.

10. Personajes arquetípicos

Petyr Baelish, alias Meñique, es un maestro de la intriga, un titiritero cuyos hilos mueven los resortes de poder de Poniente: es el Maquiavelo de la saga. Eddard Stark es la rectitud ante el deber, hasta el punto de anteponerlo a su propia vida: como bien apuntan desde el blog Juego de Tronos y la Filosofía, sus valores éticos le emparentan con filósofos incorruptibles como Sócrates o Kant. Tywin Lannister, en cambio, es el estratega meticuloso, un Napoleón sin escrúpulos. La doncella Brienne de Tarth, armada caballero y regida por un sentido recto de la fe y el deber, es lógicamente Juana de Arco. Tyrion, según este texto publicado en El Mundo, tendría su correspondencia con el oficial de la marina española Blas de Lezo, apodado Mediohombre, un ser contrahecho, tuerto que ganó memorables batallas navales. La gran fuerza de “Juego de Tronos”, en definitiva, está en cómo una fantasía monumental conserva poco de fantástica cuando se desgrana página a página, lugar a lugar y personaje a personaje, para revelarnos que la novela de George R. R. Martin tiene más que ver, en el fondo, con “Macbeth” o “El Rey Lear” de Shakespeare, que con las sagas épicas de Tolkien. Sólo hay que saber leer entre líneas.

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