Las victorias aplastantes y la épica desaforada construyen a los grandes mitos del deporte, ya sean Michael Jordan, Muhammad Ali o Diego Maradona. Por eso les admiramos: sus gestas son más grandes que la vida, y muchas veces más grandes que el arte. Pero entre todos ellos uno en especial ha trascendido los límites conocidos de la admiración, el respeto y la influencia posterior: Ayrton Senna.
Las circunstancias que envolvieron su vida (y su trágico final) fueron excepcionales, y por eso su mito es todavía mayor que el de todos los demás, dentro y fuera de un coche: en su disciplina fue el mejor, ganó con garra y caballerosidad, pero también a toda costa cuando le convenía -como cuando no dudó en impactar su McLaren contra el de Alain Prost en la salida del Gran Premio de Japón de 1990, una eliminación doble sin tener que disputar la carrera que le permitía conquistar su segundo mundial-, dejando así instantes para el recuerdo. Para completar la imagen del mito, Senna murió con las botas puestas cuando parecía que podía conquistar otra cima en su carrera. Desde entonces, todavía nadie ha podido superarle, al menos en carisma.
Simplemente, el mejor
Considerado el piloto de Fórmula 1 más relevante de todos los tiempos, en su breve trayectoria lo consiguió todo: tres títulos de campeón del mundo, una rivalidad para la eternidad con Alain Prost —dentro del mismo equipo y en equipos rivales, lo que elevó la competición a niveles fratricidas—, una manera de ganar contundente plagada de frases que ya son lugares comunes (“el segundo en la meta es el primero de los perdedores”) y una conclusión indeseada. La curva del circuito de San Marino el 1 de mayo de 1994 está, desde entonces, maldita y es como mentarle la bicha a los supersticiosos.
Cuando se supo que Senna había muerto en el impacto el mundo entero se quedó helado. En Brasil se dieron tres días de luto oficial y su leyenda en el país es superior -o idéntica, según con quién se hable, pero nunca menor- a la de Pelé, el otro gran ídolo deportivo del país.
A veces, las grandes vidas necesitan de finales trágicos para que brillen para siempre. La mayoría de los mitos del cine y la música, de James Dean a Jimi Hendrix, lo son por haber cumplido la máxima de vivir deprisa y dejar un bonito cadáver. El de Senna no pudo ser necesariamente bonito -pocas cosas puede haber más horribles que estrellarse con un bólido a más de 300 kilómetros por hora-, pero su mito no ha sido en vano. Fue un ejemplo de superación para todo un país que salía de una dictadura y emprendía el camino del desarrollo económico y que necesitaba modelos de conducta: Senna significaba la fe ciega, el esfuerzo y el ejemplo de que había vida más allá de las favelas.
En Brasil, grandes obras sociales se hicieron en su nombre. Senna soñaba con dar oportunidades a los niños y a los desfavorecidos en un país lastrado por sus desigualdades, muchas de las cuales se pudieron materializar tiempo después: así lo recoge, precisamente, el documental financiado por Gran Turismo Ayrton’s Wish.
Estrenado en Vimeo hace unos cuantos días, plasma los esfuerzos de Viviane Senna, su hermana, para desarrollar el Instituto Ayrton Senna, un centro de ayuda e inspiración para comunidades marginales. Aquí el vídeo: